Pero pronto habría de descubrir que no se hallaba
precisamente en ninguna ínsula barataria, antes al contrario. Pareciale más
bien que había entrado en la ínsula más carataria del mundo.
Andaba
don Miguel recluido en la cárcel de Sevilla (calle Sierpes, banco BBVA). Y le
llegó la noticia: “Tiene permiso para salir con motivo de la fiesta local de la
Feria, que ha sido sometida a referéndum popular y ha salido que sí, que es
fiesta…” Y don Miguél, púsose muy contento e inmediatamente pidió sombreros y
pertrechos para no quedar mal en tal evento. Habló con los choricetes de la
“yunta” que andaban por allí y le facilitaron sombrero, camisa, chorreras,
pantalón, botas… Sobre todo chorreras… Porque sobraban chinchorreros. Y
marchose muy contento camino del Real y sin un real. Nada más llegar tuvo que
escuchar unas sevillanas de Ecos del Rocío, lo cual le dejó el cuerpo en
bastante mal estado. (¡Oh, hideputas bellacos…!) Y empezó a pasear… Pero él
llevaba en su mente a su Don Quijote, Sancho y tantos otros… ¿Qué haría mi don
Quijote entre toda esta barahúnda? ¿Y mi Sancho? Pues el primero, buscar a su
Dulcinea en la caseta del Labradores… Y el segundo encontrar “bon vino” en
alguna caseta de distrito… Pero pronto habría de descubrir que no se hallaba
precisamente en ninguna ínsula barataria, antes al contrario. Pareciale más
bien que había entrado en la ínsula más carataria del mundo. Don Quijote iba
mirando las casetas y sus pañoletas y antojáronsele molinos de viento,
arremetiendo contra ellos de inmediato. Luego entrose en una estancia donde
había pellejos de vino. Arremetió con su espada y empezaron a beber… Pero allí
estaba Espadas… ¡¿Qué ocurre aquí?! Vino la guardia y hasta el bachiller Sansón
Carrasco, que era un concejal de buena familia sevillana. Don Quijote,
contagiado del ambiente, pidió que le sirvieran un yelmo de Mambrino repleto de
manzanilla de Sanlúcar… Sancho se arrimaba por lo que pudiera caer. Un escudero
es siempre un escudero (que no un escuredo…) Y entonces apareció Dulcinea… Era
bellísima. Y se la presentaron a don Quijote diciéndole que era una concejala
del Toboso, cosa que no se creyó, porque bien sabía el hidalgo que nunca había
conocido a una concejala bella… Y cuando nuestro hombre empezó a escapársele de
las manos a don Miguel, llegó ese sistema que mantiene el orden en la ciudad de
Sevilla como si de una varita mágica se tratase, y se llevaron a don Miguel de
nuevo a la calle Sierpes, cárcel del BBVA, donde continuó escribiendo su novela
de caballería, después de haber visto tantos caballos y tantos caballeros en
tan singular fiesta popular de la ciudad a la que tanto habría de amar y de la que tanto habría
de escribir y de la que tanto se inspiró para crear a tanto rinconete y a tanto
cortadillo de cidra… Y ya en su celda se prometió una y mil veces que no
publicaría jamás su novela “Don Quijote…” porque no iba a encajar en el
encuadre…
Y así fue.
(Consejo: Si está escribiendo una novela, no vaya a la Feria).
Y así fue.
(Consejo: Si está escribiendo una novela, no vaya a la Feria).