miércoles, 13 de abril de 2016

Cervantes en la Feria de abril




Pero pronto habría de descubrir que no se hallaba precisamente en ninguna ínsula barataria, antes al contrario. Pareciale más bien que había entrado en la ínsula más carataria del mundo.
Andaba don Miguel recluido en la cárcel de Sevilla (calle Sierpes, banco BBVA). Y le llegó la noticia: “Tiene permiso para salir con motivo de la fiesta local de la Feria, que ha sido sometida a referéndum popular y ha salido que sí, que es fiesta…” Y don Miguél, púsose muy contento e inmediatamente pidió sombreros y pertrechos para no quedar mal en tal evento. Habló con los choricetes de la “yunta” que andaban por allí y le facilitaron sombrero, camisa, chorreras, pantalón, botas… Sobre todo chorreras… Porque sobraban chinchorreros. Y marchose muy contento camino del Real y sin un real. Nada más llegar tuvo que escuchar unas sevillanas de Ecos del Rocío, lo cual le dejó el cuerpo en bastante mal estado. (¡Oh, hideputas bellacos…!) Y empezó a pasear… Pero él llevaba en su mente a su Don Quijote, Sancho y tantos otros… ¿Qué haría mi don Quijote entre toda esta barahúnda? ¿Y mi Sancho? Pues el primero, buscar a su Dulcinea en la caseta del Labradores… Y el segundo encontrar “bon vino” en alguna caseta de distrito… Pero pronto habría de descubrir que no se hallaba precisamente en ninguna ínsula barataria, antes al contrario. Pareciale más bien que había entrado en la ínsula más carataria del mundo. Don Quijote iba mirando las casetas y sus pañoletas y antojáronsele molinos de viento, arremetiendo contra ellos de inmediato. Luego entrose en una estancia donde había pellejos de vino. Arremetió con su espada y empezaron a beber… Pero allí estaba Espadas… ¡¿Qué ocurre aquí?! Vino la guardia y hasta el bachiller Sansón Carrasco, que era un concejal de buena familia sevillana. Don Quijote, contagiado del ambiente, pidió que le sirvieran un yelmo de Mambrino repleto de manzanilla de Sanlúcar… Sancho se arrimaba por lo que pudiera caer. Un escudero es siempre un escudero (que no un escuredo…) Y entonces apareció Dulcinea… Era bellísima. Y se la presentaron a don Quijote diciéndole que era una concejala del Toboso, cosa que no se creyó, porque bien sabía el hidalgo que nunca había conocido a una concejala bella… Y cuando nuestro hombre empezó a escapársele de las manos a don Miguel, llegó ese sistema que mantiene el orden en la ciudad de Sevilla como si de una varita mágica se tratase, y se llevaron a don Miguel de nuevo a la calle Sierpes, cárcel del BBVA, donde continuó escribiendo su novela de caballería, después de haber visto tantos caballos y tantos caballeros en tan singular fiesta popular de la ciudad a la que  tanto habría de amar y de la que tanto habría de escribir y de la que tanto se inspiró para crear a tanto rinconete y a tanto cortadillo de cidra… Y ya en su celda se prometió una y mil veces que no publicaría jamás su novela “Don Quijote…” porque no iba a encajar en el encuadre…
Y así fue.
(Consejo: Si está escribiendo una novela, no vaya a la Feria).