En plena Transición, Juan Antonio Bardém, realizó una película que se llamó “El Puente”. Era la historia de un hombre gris, mecánico en un taller de motos, que se tomaba la vida un poco a la ligera. Llegó un puente, como ahora llegan los de la Constitución y la Inmaculada, y tras no poder llevarse a una amiga a pasar por ahí los susodichos días, optó por fletar su moto y marcharse solito a Torremolinos. Para que ustedes se hagan una idea, el personaje protagonista estaba interpretado por Alfredo Landa…
Nuestro hombre había sido tentado por cierto sindicato clandestino, pero él prefería vivir la vida por sí mismo.
En el transcurso del recorrido entre Madrid y Torremolinos, se encontró con una serie de circunstancias y personajes que él desconocía. La madre de un etarra preso en la cárcel de Herrera de la Mancha; un grupo de teatro que actuaba por los pueblos; un entierro en un pueblecito; una reunión de señoritos en una finca rodeados de “tías buenas”…
Cuando llega a Torremolinos, solo le queda tiempo de sentarse frente al mar y meditar un rato. Inmediatamente inicia el viaje de regreso hacia Madrid. Las reflexiones le machacan durante el recorrido. Cuando termina el puente, regresa a su taller y se integra en el sindicato clandestino…
¡Buen puente! Y ahora, me pregunto: ¿Para qué utilizamos los puentes en la actualidad? Para hacer las compras de Navidad y Reyes. Para ver a la familia, los amigos, para ir al campo, para comer en un establecimiento de “new look”… Para decir tonterías… Para seguir el estilo de algunas historias de José Luis Garci (“Las verdes praderas”, con otro Alfredo Landa…), esos personajes que van a la parcela a jugar al tenis con los compañeros de la empresa y seguir diciendo tonterías los días que podían ser para el descanso y la familia. Por cierto, en esta película Garci le pega fuego en la secuencia final al chalet… Y todos ríen y cantan. Se acabó el campo, lo ficticio, la estupidez oculta bajo un tamiz de un lujo aparente que no llega a los mínimos niveles. Coche, piso en la capital, chalet en la urbanización y todos vacíos por dentro…
¡Ya no hacen falta sindicatos que nos salven y nos ayuden! Ya no hay dinero para parcelas ni “chaleres”… Pero seguimos con las cabezas vacías, que eso sí que es malo…