Sobre
las Atarazanas, su futuro, su reutilización, se ha dicho de todo. Los
arquitectos han dictaminado, discrepado y presumido de sapiencia. Bajar no sé
cuantos metros el nivel del suelo. Bajar y subir los niveles de los dineros.
Que si una plaza pública. Que si un centro cultural. Que si un ágora. Que si
falta el elemento natural por el que fue creado: el agua.
Llega un momento en el que los problemas de esta Sevilla nuestra de cada día se convierten en esa albondiguilla de carne dura que se te hace una bola intragable en la boca. Y eso nos está ocurriendo con esta albóndiga atarazanera.
El otro día me acordé de una canción de don Federico (“La tarara”), que viene que ni pintiparada para el caso del que me ocupo.
(Que cada uno la tome como quiera y le de la intencionalidad que mejor le
parezca. Yo, desde luego, tengo la mía)
Atarazana,
sí;
Atarazana, no;
Atarazana niña,
que la he visto yo.
Atarazana, no;
Atarazana niña,
que la he visto yo.
Lleva
Atarazana
un vestido verde
lleno de volantes
y de cascabeles.
un vestido verde
lleno de volantes
y de cascabeles.
(AL
ESTRIBILLO).
Luce
Atarazana
su cola de seda
sobre las retamas
y la hierbabuena.
su cola de seda
sobre las retamas
y la hierbabuena.
Atarazana
loca
mueve la cintura
para los muchachos
de las aceitunas.
mueve la cintura
para los muchachos
de las aceitunas.
(Se
admiten reflexiones y paralelismos entre la letra y la cruda realidad. Y si no,
a pensar…)