miércoles, 20 de mayo de 2015

Sevilla en ángulo bajo


Recuerdo que hace ya bastantes años, me encontraba de paseo turístico con un grupo de compañeros de teatro en el descanso de una gira que realizábamos por la provincia de Burgos, cuando llegamos ante la solemne fachada de la Catedral, lugar donde Vicente Aranda sitúa una de las escenas más duras de su película “Amantes”. 
Naturalmente todas las miradas se fueron hacia lo más alto para contemplar el juego de agujas verticales de tan importante joya de la arquitectura gótica.
En aquel momento, cargado de emociones, oímos la voz de un compañero decir:
-¡Mirad. Me he encontrado cinco duros!
Aquel buen hombre, no solo no estaba mirando la fachada de la Catedral, sino que estaba mirando al suelo… En efecto. Hay gente que va por el mundo mirando al suelo. Seguro que no se tropiezan con nada, pero seguro también que hay que ver la de cosas importantes y bonitas que se pierden. Yo siempre lo he dicho y, sobre todo, refiriéndome a Sevilla. Sevilla, como decía mi amigo Garmendia, es una ciudad para pasearla. Y agrego yo: y para mirarla. Pero mirarla de arriba abajo. También por arriba, no conformarnos con la altura de nuestros ojos y de nuestros móviles. ¿Han probado alguna vez a pasear por nuestras calles mirando los remates de las casas más antiguas? Cierros, balcones, mosaicos, remates, veletas, espadañas, torres, altarcitos, retablillos, azulejos con nombres de antiguas industrias, barandillas…
Tanto y tanto he mirado a lo largo de mi vida que guardo el proyecto de un libro que titularía “Sevilla en ángulo bajo”, que quizás termine de hacer algún día. Los ojos y la cámara de fotos mirando al cielo y descubriendo la ciudad de los más bellos remates…
De acuerdo que si miro al suelo estoy seguro de no tropezarme con ninguna loseta suelta de cualquier acera, que hasta puedo encontrarme un euro, pero creo que hay que alternar las miradas y dirigirlas tanto a las solerías, empedrados y alcorques, como a las cresterías y tejados…
Pruébenlo y no se arrepentirán.

sábado, 2 de mayo de 2015

Anne Todd.




Esa tarde tenía que hacer algunas gestiones por el centro. Tomé el 40 en San Jacinto y me dejé llevar a Sevilla, con esa vuelta de “tour operator” que supone Pagés del Corro, Plaza de Cuba, parón interminable en Puente de San Telmo, que antes era levadizo (no se qué es peor), vuelta a recorrer las mismas latitudes y longitudes geográficas por el Paseo de Colón, hasta llegar de nuevo a la otra esquinita del Puente de Triana. Vale. Yo acepto toda esta vuelta a cambio de haber ganado la zona peatonal de San Jacinto donde tan a gusto se pasean tantos amigos trianeros, como Angel Vela. Pues aquella tarde, cuando dejé el 40 en la Magdalena, en la puerta del Corte, que te bajas del autobús y te meten en las rebajas directamente, me fui tranquilo por O´Donnel dirección Campana. Al pasar por el reloj de la antigua y desaparecida “Casa sin balcones”, no tengo más remedio que recordar a mi amigo, compañero y gran fotógrafo Manolo Ruesga, que en aquella legendaria tienda me vendió un tomavistas “Eumig” de Super-8. Y vuelvo a observar cómo el reloj sigue impertérrito en las ocho menos cuarto, incluso un poquito menos. 

Bien. Pues cuando llego al final de la calle me encuentro con una inesperada cola formada por adolescentes, totalmente troqueladas al uso, que se iniciaba en la Campana y llegaba hasta yo no sé dónde. Mismos aspectos, mismos vestuarios, mismos teléfonos móviles y un mismo libro. No sé cual era. Una lo llevaba asomando por la mochila. Otra, bajo el brazo. Otra entre las piernas. Otra lo enarbolaba mientras se lo mostraba a alguien. Preocupado y cual si fuera una hormiguita, decidí seguir el rastro. Así llegué hasta la puerta de “La Casa del Libro”.

Entré y saludé a mis amigos los responsables de la casa. Hablamos. 

–Mira lo que son los fenómenos mediáticos…
–Si, bueno. Como las sombras de Grey, como el Código da Vinci, como el Señor de los anillos. Lo que nos mandan desde allá arriba y desde las puñeteras redes… Y luego agárrate a que cualquier imbécil te diga:
–¡¿Qué no lo has leído?!
Y tú te quedas un segundo en silencio.
–¡Pero, bueno! ¿En qué mundo vives? -Te remacha el imbécil de turno, hasta que tú reaccionas.
  Pues, no… No lo he leído. Ni lo pienso leer. ¿qué pasa?

La verdad es que, en el fondo, prefiero que este ejército de adolescentes hagan colas para leer que para otras cosas… Lo malo es lo que te dan envuelto en esos libros que, no sé por qué, siempre suelen ser muy gordos.

Digo yo que si los hiciesen más pequeñitos podrían escribir más y vender más… Pero bueno. El que la lleva la entiende.

También habría que saber luego, cuantas de estas adolescentes de la cola van a llegar hasta el final del libro… Y por qué. O han jugado a ser progres comprando el libro y viniendo a que te lo firme la autora que tiene los mismos años que ella, que se casó al terminar la carrera, que tiene veinte y pico de años y que se hace selfis con los compradoras sacando la lengua…

Pienso que todo esto se consigue a través de las redes. Y no se por qué las llaman sociales, porque a veces son antisociales. Pero bueno…

Podríamos hablar de las modas y la cultura al dictado… Pero lo dejo para otro día.
La mierda de la aldea global no se a donde nos va a llevar…