domingo, 15 de noviembre de 2015

Libro antiguo y de ocasión

 



Siempre me gustó echarle un ojo a la Feria del Libro antiguo y de ocasión. Y desde siempre escudriñaba por los rincones con la ilusión de encontrar alguna vez un título mío. Me hacía ilusión llegar a descubrirme entre los “clásicos”. Y así ocurrió. Un año, y en una caseta de una librería gaditana, descubrí no uno, sino tres títulos míos. Me llené de gozo y aquello fue como un regalo de Reyes Magos. ¡Lo había conseguido! Ya estaba más cerca de la gloria. Empezaba a ser “antiguo” y, probablemente, “de ocasión”. Lo que había costado 20 euros en su día, ahora se vendía a 5. Saludé a la chica que atendía el stand, me dedicó una sonrisa y ahí quedó todo. Pero mi curiosidad era grande y empecé a investigar. Al final descubrí que mis libros se habían vendido, unos al peso y otros casi tirados, tanto por parte de la editorial que en su día los lanzó y como por el dueño del almacén donde llevaban algunos los libros un montón de años sin que le pagaran el alquiler del espacio que ocupaban. Tirando más del hilo descubrí que varios libreros de Sevilla habían adquirido títulos en tales condiciones y que el de Cádiz, del que terminé haciéndome amigo, tenía almacenados cientos de ejemplares de obras mías que, además, traía a Sevilla para venderlos en noviembre en la Feria de la Plaza Nueva. Obras de ida y vuelta, como los cantes flamencos.

Total: Que no había llegado al Olimpo de los clásicos, de los viejos. No. Estaba allí a consecuencia de un proceso de mala gestión administrativa y un abandono lamentable de la obra cultural, con desprecio y alevosía. Que se pudra la Historia en almacenes fríos, polvorientos o quizás húmedos. Que se malvenda, aunque de este modo alguien haya podido disfrutar de unos textos en condiciones económicas más favorables. Me alegro por ellos, de verdad.

Pero aquella situación me sumió en un estado de tristeza y reflexión. ¿Era o no era viejo? ¿Era o no era antiguo? ¿Era o no era de ocasión? ¿Era víctima de unos extraños manejos?

martes, 3 de noviembre de 2015

El Studebaker de la calle Tetuan.


 Porque yo siempre pensé que unas cosas que se llaman Patrimonio Histórico o Urbanismo, existían para defender las obras de arte y no obligar a dejarlas a lo que venga y les caiga encima…
El primer chiste. Sevilla 1950. 
Pregunta: ¿Qué problema tiene ese coche? 
Respuesta: Pues que va en contramano. 
Entonces, como siempre, por la calle Tetuán se circulaba en sentido Plaza Nueva, Campana. Ahora solo se circula a pie. Menos mal. 
El mosaico del Studebaker es original de Enrique Orce y data de 1924, elaborado en Triana en los talleres de Ramos Rejano. Los propietarios de la casa y del establecimiento que en ella se aloja, lo restauraron en 1978 y como la cosa no termina de solucionarse, para salvar la obra de arte del maltrato (no sé cómo se denominará en este caso) consistente en desaparición de losetas, roces, patadas, aguas, bromas, putadas, los propietarios de la casa y del azulejo han propuesto trasladarlo al lienzo de pared de la primera planta de la fachada que está vacío. Pero entonces va la Comisión Local de Patrimonio Histórico y dice que no por tercera vez, porque Urbanismo ha dicho que “el traslado no se ajusta a los criterios compositivos del centro histórico…” (¡Toma ya!)
Hablando en “román paladino”: Que le vayan dando al azulejo, que se lo carguen los gamberros, porque aquí estamos todos para salvar los tesoros artísticos de Sevilla… ¿Me lo traducen?
Evidentemente, el Studebaker, sigue circulando contramano ante la eterna reflexión del “Pensador” de Rodín.
¿Qué pensará un pensador como este sobre Sevilla? Porque yo siempre pensé (y no soy pariente de Rodín) que unas cosas que se llaman Patrimonio Histórico o Urbanismo, existían para defender las obras de arte y no obligar a dejarlas a lo que venga y les caiga encima…