sábado, 17 de enero de 2015

Pasaron las fiestas


Noche Buena. Navidad. Año viejo. Año nuevo. Reyes Magos. Cabalgatas, roscones… Eso. Y termina uno hasta los roscones. Y de incienso, oro y mirra, también hasta… ¡Mirra, mirra lo que me han traído los Reyes…!

Por cierto, ¿sabían ustedes lo que es la mirra? Pues agárrense: Es una gomorresina aromática y medicinal en forma de lágrimas semitransparentes, de gusto amargo que se obtiene de un árbol burseráceo, llamado en botánica “commifora abyssinica”, de los países de la costa del Mar Rojo. Bien. Pues estas lágrimas, además, se pueden convertir en un licor gomoso y aromático.

Por otra parte cierta señora que se llamaba Mirra, hija del rey de Chipre, estaba enamorada de su padre. Y aprovechando la ausencia de su madre se deslizó en el lecho de su padre. Descubierto el canasto (perdón, el incesto, como las dos cosas casi significan lo mismo) hubo de huir a los desiertos de Arabia donde fue madre de Adonis. Los dioses, apiadados de sus preces pidiendo la perdonasen, la transformaron en un árbol que destila, en forma de lágrimas, la mirra... ¡Vaya con la historia!

Las cosas que se le ocurrían a los Reyes Magos para regalárselas al Niño Dios. Lo del oro, bien. Lo del incienso, vale… Pero la historieta de la mirra, nos deja un tanto confusos. En fin. Serían magos, pero no dejaban de tener su guasa.

Y al día siguiente de las cabalgatas, las suelas de los zapatos se nos quedan pegadas a las aceras de las calles, del mismo modo que te resbalas o chirrían los neumáticos, con la cera de las cofradías el lunes de Pascua.

Y este año el comentario es bien sencillo: ¡Si la cuaresma ya está ahí! ¡Se nos van a juntar los roscones con las torrijas…!

De lo que no acabamos de darnos cuenta es de que la torrija la tenemos encima durante todo el año y más en este que se nos presenta en el que no van a caber tantas elecciones…
¡Mirra, mirra, la que se nos viene encima!