domingo, 20 de diciembre de 2015

Los tres camareros




(Cuento para Navidad y Reyes. Un homenaje a mi amigo y compañero Paco Robles).
Salió presuroso de su oficina. Había entrado a trabajar en la empresa a las siete de la mañana y a las tres de la tarde le sobraba el hambre. Tiró por otra calle intentando cortar aún más y así llegar antes a su casa. Al volver una esquina le llegó un olor de toda la vida. Un olor a cocido, a caldo humeante, el mismo que llenaba su casa de niño cuando regresaba del colegio y su madre se afanaba en la cocina. Sin pensárselo mucho, decidió entrar en el local del que procedía el olor. Parecía un restaurante modesto. Iba algo distraído pensando en el informe que tenía que preparar aquella tarde para entregarlo al día siguiente en su empresa. Números y más números. Pero había que congraciarse con el nuevo jefe de sección.
Cuando empezó a observar, descubrió que aquello era un autoservicio frecuentado por gente de toda condición. Había personas vestidas de clásico, chaqueta y corbata, junto a otras con camisas a cuadros y vaqueros. Señoras de negro y jovencitas con vestidos de alegres colores. Otros con enormes mochilas, barba larga y pelos revueltos.
Cogió su bandeja y se puso en la cola. Cuando empezaron a servirle, alzó la mirada y vio que eran tres camareros los que estaban sirviendo. Uno de ellos era negro y los tres le sonreían. Entonces advirtió por un letrero que había en la pared y por unas leyendas que lucían en los mandiles, que aquello era un comedor social. De repente, se sintió incómodo. Quiso dejar la bandeja y marcharse, pero los camareros se lo impidieron y terminaron de servírsela. El cocido, el filete empanado, la ensalada y la fruta. El camarero negro le dijo:
–No se preocupe. La primera vez se pasa mal. Luego se acostumbra uno. No debe avergonzarse de nada. ¡Ah! Y de postre especial hoy tenemos un helado buenísimo que nos ha donado una importante marca heladera. Ya puede sentarse.
Se sentó en una mesa donde un matrimonio mayor y bien vestido comía en silencio sin levantar los ojos de la bandeja. Enfrente, un tipo con barba descuidada, sonreía mientras daba cuenta del filete empanado y no paraba de hablar. 
–¿Tú eres nuevo, verdad? Se te nota. Verás. Yo he perdido el trabajo, el banco se ha quedado con mi casa y después del divorcio no sé adónde ir. Duermo en un albergue y menos mal que aquellos tres camareros me han acogido y me tratan de maravilla. Que quieres que te diga. Al final he tenido suerte en la vida. Así que no te agobies, compañero, que de todo se sale.
No podía creer lo que estaba sucediendo. Nadie le había pedido nada por darle de comer, ni le habían preguntado por nada. Comió rápidamente y al terminar, se levantó.
–Nos veremos a la noche, en la cena –le dijo el compañero de mesa.
Sin poder articular palabra, se despidió con una inclinación de cabeza. Al pasar junto a la barra, los tres camareros se apresuraron a despedirlo con una amplia sonrisa.
–Si algún día vienes por aquí y por casualidad no estamos, di que vienes de parte nuestra.
El primer camarero le alargó la mano:
–Yo me llamo Melchor.
El segundo, con una amplia sonrisa:
–Yo, Gaspar.
Y el negro, agarrándolo y dándole un fuerte abrazo que parecía que lo iba a asfixiar, le gritó al oído:
–Y yo tu amigo Baltasar. ¡Felicidades, compañero!

jueves, 3 de diciembre de 2015

Año nuevo, agenda nueva.

 
 

Yo tengo mi feliz entrada de año en los primeros días de diciembre, cuando voy a la papelería de mi barrio y yo solito, me compro el recambio de agenda Luxindex, de seis agujeros
 
Cada uno celebra el año nuevo cuando quiere, donde quiere y como quiere. Yo suelo felicitar eso del año nuevo en los momentos más inverosímiles del año. Por ejemplo. Al casetero de la Feria , le felicito en Abril. Al vecino de sombrilla en la playa de Rota lo felicito en Agosto. Y así… Para una gran mayoría, el momento solemne, el momento emocionante, bien sea en familia rodeado de cuñados y sobrinos, o bien en un cotillón rodeado de señores y señoras bastante estupidillos por cierto, es el de las doce uvas, situación que tiene una serie de lecturas: Vaya entrada de año para el que no le gustan las uvas, para el que se atragantó, para el que no pudo con todas y se dejó tres en el plato, etc. ¡Y, luego, vengan abrazos y besos hipócritas…!

Yo tengo mi feliz entrada de año en los primeros días de diciembre, cuando voy a la papelería de mi barrio y yo solito, me compro el recambio de agenda Luxindex, de seis agujeros, antes de día por página, ahora de semana vista. Y no es porque trabaje menos, sino porque la vida me ha enseñado a ir abreviándolo todo. Y cuando regreso a casa y le quito el plástico al recambio y lo coloco entre las portadas de mi agenda de sobremesa, repaso las páginas con esos nuevos trescientos sesenta y cinco días que se presentan ante mí en blanco, en un gesto de amabilidad y afecto, como entregándose para ayudar a ser rellenados y ser vividos con alegría, ilusión y buenos proyectos. Esa es la primera, silenciosa, respetuosa y, desde luego, sincera felicitación que yo recibo cada año. Y el año, recibe la caricia de mi mano sobre el papel… Que pueda llenaros todos uno a uno –pienso en ese momento.

Lo mismo le deseo a todos aquellos que en estos días estrenan recambio de cualquier tipo de agenda, aunque la mía sea Luxindex, de seis perforaciones y semana vista…