Servidor, que vive en Triana, suele acceder a la
Feria por la calle Santa Fé, que es la prolongación de López de Gomara, un
hombre que se fue a aquello de las indias, pero sin mala intención. (Lo digo
por lo de las indias). Y raras veces accedo por la calle Asunción, que es la
equivalente a la antigua calle San Fernando, cuando desde la Puerta de Jerez se
enfilaba la alegría del Real y de la Portada.
Y va por lo de las portadas. Cada año que pasa y veo el boceto de la portada de
la Feria, vuelvo a ver la portada del año anterior. Otra vez las torres, las
espadañas, los remates, las mismas del año pasado y de años anteriores. Y usted
me puede decir: Es que en Sevilla todas las torres son iguales. Y yo le puedo
contestar: Y todos los diseñadores de portadas de Feria son iguales?
Madre mía. Con la de ingenio que se derrocha en
esta ciudad, lo cortitos que somos para otras cosas. Pero, claro, sale el
clásico: Como se nos ocurra cambiar el estilo, se nos echa encima todo el
mundo. ¡Cualquiera toca aquí algo!
Entonces Sevilla es una ciudad que navega entre
la tradición, las costumbres, lo que vivimos desde niños y un intento de
evolucionar sin tener muy claro hacia donde se quiere ir. Eso no lo saben ni
los políticos (esos pobres no saben nada de nada), ni los propios sevillanos
que se lamen las heridas, solos y escondidos, como un perrillo que me encontré
perdido no hace muchos días en el Paseo de la O…
Lo acaricié y lo consolé.