El
aguijón, tal y como lo entiendo, te ayuda a vivir. Te permite arremeter contra
todo lo que se puede “menear” contra ti o contra alguien. Por eso el aguijón me
da la vida, nos puede dar la vida, como cualquier reflexión bañada en humor.
Creo que la Primavera altera muchas más cosas aparte de la sangre, como ya es
sabido. Y cuando llega a su final y va a ceder su puesto al verano, un amplio
sector de una nueva ciudadanía se ve sometida, en tiempos de amores y primeros
pantaloncitos cortos, al sufrimiento de cruentos exámenes a los que se
presentan miles de alumnos para hablar de Valle Inclán, la Guerra de la
Independencia o la Transición… Nervios, ataques de ansiedad… Y, vamos. Porque
dentro de nada, este sistema será sustituido por otro, vaya usted a saber si
más siniestro. ¿Reválida? ¿Test? Y a lo mejor no da lugar al cambio, porque…
Y luego están los agentes externos, los efectos colaterales, que en plena
Primavera, osan moverte el sillón de la vida. Y alguien te dice: “Estás malito.”
Y tú vas y enciendes todas las alarmas. Ya no tengo que examinarme de
selectividad, pero me están seleccionando para jugar una liguilla de promoción,
no se si para ascender o para descender. Puedo hasta terminar jugando con el
Cádiz… (Tampoco me importaría mucho…)
Y tú te defiendes. Qué difícil es luchar contra algo que no has inventado tú.
Nos han traído con defectos de fábrica y sin tarjeta de garantía. ¿Por qué nos
han creado así? ¿Por qué somos tan frágiles? ¿Por qué no hemos podido aprobar
más exámenes, tener más novias en Primavera, vivir trabajando más…? ¿Por qué y
quien nos ha traído a este mundo sin pedirnos permiso y luego nos hace
desaparecer de un plumazo, sin preaviso y sin pedir disculpas? ¿Quiénes somos?
Que nada. Que lo nuestro es aprobar la selectividad o la reválida y seguir
viviendo colgados del hilo de una araña, balanceándonos como aquella famosa
familia de elefantes…
¡Feliz verano!