viernes, 10 de junio de 2016

Niños en la pérgola


  

Menos mal que hay niños que vienen de otros lugares de Sevilla y se sientan en el alcorque de un árbol de la plaza y se quedan absortos en la lectura del cuento que le acaban de comprar…

 Los niños que viven en el centro de Sevilla, entiéndase entorno de la Plaza Nueva, usan durante todo el año esta plaza como lugar de encuentro para realizar sus juegos. Patines, pelotas, carreras, gritos. Y claro, cuando llega un evento como la Feria de la Artesanía, del libro antiguo y de ocasión o la Feria del Libro, creo que hay algunos eventos más, ellos se sienten agredidos en su hábitat natural de todas las tardes…

Y, por ejemplo, algunos sesudos escritores que acuden a la Feria del Libro, se quejan de lo difícil que es concentrarse en la pérgola para hablar de sus cosas y sus obras. Encuentran ruidoso y poco selectivo el ámbito… Claro. Y tienen su razón. Pero qué le vamos a hacer. ¿Qué hacemos con los futuros lectores?

Lo mismo les ocurre a los gatos que campean por sus respetos durante todos los días del año por mi casita de la sierra. Cuando llego, los mininos no se quieren quitar de en medio, porque el extraño soy yo que aparezco de vez en cuando. Y ellos dirán para sus adentros:

-Ya están aquí estos domingueros.

Menos mal que hay niños que vienen de otros lugares de Sevilla y se sientan en el alcorque de un árbol de la plaza y se quedan absortos en la lectura del cuento que le acaban de comprar…

Hay gente, y niños, “pa tó”.

miércoles, 13 de abril de 2016

Cervantes en la Feria de abril




Pero pronto habría de descubrir que no se hallaba precisamente en ninguna ínsula barataria, antes al contrario. Pareciale más bien que había entrado en la ínsula más carataria del mundo.
Andaba don Miguel recluido en la cárcel de Sevilla (calle Sierpes, banco BBVA). Y le llegó la noticia: “Tiene permiso para salir con motivo de la fiesta local de la Feria, que ha sido sometida a referéndum popular y ha salido que sí, que es fiesta…” Y don Miguél, púsose muy contento e inmediatamente pidió sombreros y pertrechos para no quedar mal en tal evento. Habló con los choricetes de la “yunta” que andaban por allí y le facilitaron sombrero, camisa, chorreras, pantalón, botas… Sobre todo chorreras… Porque sobraban chinchorreros. Y marchose muy contento camino del Real y sin un real. Nada más llegar tuvo que escuchar unas sevillanas de Ecos del Rocío, lo cual le dejó el cuerpo en bastante mal estado. (¡Oh, hideputas bellacos…!) Y empezó a pasear… Pero él llevaba en su mente a su Don Quijote, Sancho y tantos otros… ¿Qué haría mi don Quijote entre toda esta barahúnda? ¿Y mi Sancho? Pues el primero, buscar a su Dulcinea en la caseta del Labradores… Y el segundo encontrar “bon vino” en alguna caseta de distrito… Pero pronto habría de descubrir que no se hallaba precisamente en ninguna ínsula barataria, antes al contrario. Pareciale más bien que había entrado en la ínsula más carataria del mundo. Don Quijote iba mirando las casetas y sus pañoletas y antojáronsele molinos de viento, arremetiendo contra ellos de inmediato. Luego entrose en una estancia donde había pellejos de vino. Arremetió con su espada y empezaron a beber… Pero allí estaba Espadas… ¡¿Qué ocurre aquí?! Vino la guardia y hasta el bachiller Sansón Carrasco, que era un concejal de buena familia sevillana. Don Quijote, contagiado del ambiente, pidió que le sirvieran un yelmo de Mambrino repleto de manzanilla de Sanlúcar… Sancho se arrimaba por lo que pudiera caer. Un escudero es siempre un escudero (que no un escuredo…) Y entonces apareció Dulcinea… Era bellísima. Y se la presentaron a don Quijote diciéndole que era una concejala del Toboso, cosa que no se creyó, porque bien sabía el hidalgo que nunca había conocido a una concejala bella… Y cuando nuestro hombre empezó a escapársele de las manos a don Miguel, llegó ese sistema que mantiene el orden en la ciudad de Sevilla como si de una varita mágica se tratase, y se llevaron a don Miguel de nuevo a la calle Sierpes, cárcel del BBVA, donde continuó escribiendo su novela de caballería, después de haber visto tantos caballos y tantos caballeros en tan singular fiesta popular de la ciudad a la que  tanto habría de amar y de la que tanto habría de escribir y de la que tanto se inspiró para crear a tanto rinconete y a tanto cortadillo de cidra… Y ya en su celda se prometió una y mil veces que no publicaría jamás su novela “Don Quijote…” porque no iba a encajar en el encuadre…
Y así fue.
(Consejo: Si está escribiendo una novela, no vaya a la Feria).

jueves, 3 de marzo de 2016

Otra vez…




Si. Otra vez. Ahí está a la vuelta de la esquina. Muy adelantadita este año. La Semana Santa. Y otra vez los meteorólogos y sus predicciones. Y otra vez los horarios. Y otra vez a descongestionar la “madrugá”. Y otra vez a intentar cambiar recorridos. Y otra vez a comprobar que las calles son estrechas. Y otra vez las sillas de la carrera oficial. Y otra vez que yo no me muevo porque soy yo… Total: otra vez. Y seguro que se volverá a hablar de las sillitas plegables que venden los chinos… Si. Otra vez. Recuerdo que el año pasado nuestro amigo Pepe Fuertes la tomó con el tema. Y este año se lo volverán a llevar los demonios, porque volverán las sillitas plegables de los chinos. Pero de lo que más me acuerdo es de unas greguerías que nos regaló otro amigo común, José Luis Tirado, gran hostelero y mejor escritor:

“NO OPINABLE. Hay personas que hacen mal uso de las sillitas plegables.
OPINABLE: Deberían prohibir los cuchillos porque hay personas que hacen mal uso de ellos.
NO OPINABLE. Usted tarda más en levantarse del suelo que de una sillita plegable.
OPINABLE. Deberían prohibir sentarse en el suelo y en sillitas plegables.
NO OPINABLE. La gente que hace botellonas no usa sillitas plegables.
OPINABLE. Deberían obligar a todo el mundo a usar sillitas plegables y así se evitarían las botellonas.
NO OPINABLE. Las sillitas plegables molestan solo en Semana Santa.
OPINABLE. Deberían prohibir la Semana Santa.
NO OPINABLE. Personas mayores sin recursos para sentarse en una silla de la carrera, ven la Semana Santa, porque gracias a las sillitas plegables pueden hacerlo.
OPINABLE. Que la vean por la tele.
REFLEXION. Los encargados de prohibir las sillitas plegables, tienen todos sillas en la carrera oficial.
NO OPINABLE. Algunas personas hacen mal uso de las sillas de la carrera oficial.
OPINABLE. Deberían prohibir las sillas de la carrera oficial”.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Las Atarazanas




Sobre las Atarazanas, su futuro, su reutilización, se ha dicho de todo. Los arquitectos han dictaminado, discrepado y presumido de sapiencia. Bajar no sé cuantos metros el nivel del suelo. Bajar y subir los niveles de los dineros. Que si una plaza pública. Que si un centro cultural. Que si un ágora. Que si falta el elemento natural por el que fue creado: el agua.

Llega un momento en el que los problemas de esta Sevilla nuestra de cada día se convierten en esa albondiguilla de carne dura que se te hace una bola intragable en la boca. Y eso nos está ocurriendo con esta albóndiga atarazanera.
 
El otro día me acordé de una canción de don Federico (“La tarara”), que viene que ni pintiparada para el caso del que me ocupo.
 
(Que cada uno la tome como quiera y le de la intencionalidad que mejor le parezca. Yo, desde luego, tengo la mía)
                                   Atarazana, sí;
                                   Atarazana, no;
                                   Atarazana niña,
                                   que la he visto yo.
                                   Lleva Atarazana
                                   un vestido verde
                                   lleno de volantes
                                   y de cascabeles.
                                   (AL ESTRIBILLO).
                                   Luce Atarazana
                                   su cola de seda
                                   sobre las retamas
                                   y la hierbabuena.
                                   Atarazana loca
                                   mueve la cintura
                                   para los muchachos
                                   de las aceitunas.
(Se admiten reflexiones y paralelismos entre la letra y la cruda realidad. Y si no, a pensar…)