martes, 14 de octubre de 2014

Velazquez y la banqueta



Que las palomas hacen sus necesidades allí donde les parece oportuno, es algo por todos bien conocido. A veces los elegidos somos nosotros mismos. Normalmente suelen elegir monumentos escultóricos o arquitectónicos. Para paliar tal ataque a la integridad de estas obras, de más o menos reconocido valor, se han probado mil argucias. Ultrasonidos, alambritos, yo que sé… Hasta que alguien inventó los pinchos. No los morunos, ni los de gambas, ni los al estilo brocheta. No. Pinchos puntiagudos para que el volátil se hiera cuando intente, aunque sea solo para reposar brevemente sobre la estatua que está más a la mano, en este caso, a las patas. Entonces resulta que ahí hay pinchos y la paloma huye despavorida.

Pero los genios que han decidido colocar estos pinchos para proteger las estatuas, no han pensado en algunas consecuencias. Me explico. El otro día pasaba por la Plaza del Duque (el de la Victoria) y le dediqué una mirada a don Diego de Silva (apodado Velázquez), que lleva allí de pie unos pocos de años viendo pasar el tiempo como lo lleva haciendo la Puerta de Alcalá en Madrid. “Mírala, mírala, ahí está, la Puerta de Alcalá, viendo pasar el tiempo…” Versus Ana Belén y Víctor Manuel.

Luego sigo con las palomas y los pinchos, pero aprovecho para decir que Víctor y Ana se conocieron haciendo una película de Gonzalo Suarez que se llamó Morbo. La película era regular, pero Ana, recién salida de las manos de Miguel Narros, lució una ropa interior muy caladita… Era 1972.

Vuelvo al Duque, a Velázquez y a los pinchos. Pues miré la estatua del Duque y advertí cómo habían poblado de pinchos la banqueta de Don Diego. A nadie que tenga todavía un mínimo sentido del humor, se le puede escapar la reflexión. ¿Cuántos años lleva ahí de pie el pintor? ¿Qué puede pasar el día que decida sentarse para descansar un poquito de tanto vendedor de bolsos y collares y tanta gente que va con prisa a comprar en unos almacenes cada vez más fríos y lejanos y que no le dedican ni el detalle de una sola mirada de curiosidad?

Sencillamente. Que se pinchará todo el culo. Y me digo yo: ¿Eso se lo merece don Diego?

miércoles, 1 de octubre de 2014

Sevilla y el Nuevo Mundo.



Cuando llegué a Sevilla, allá por los años 50, yo era un estudiante de preu que había hecho un enclenque bachillerato en Marruecos. Allí sí que nos tuvimos que aprender la lista completa de los reyes Godos. No había otra cosa que hacer. Y paseando cierto día con algunos compañeros de curso, me dijeron que aquel edificio que estaba frente a Correos era el Archivo de Indias. Vale, les contesté sin más… Pero me quedé pensando qué cosa era la que podría guardar aquel enorme edificio. Tal fue mi curiosidad que en la primera ocasión que tuve fui a visitarlo. Armarios y armarios llenos de archivadores… El fantasma de mis ilusiones se desvaneció. Me había imaginado enormes estancias llenas de bellísimas indias con sus encantos al descubierto… Pero claro, yo venía de estudiar los reyes godos y en el preu de aquel año dábamos Portugal y el automóvil… Por eso al escuchar “indias” pensé en aquellas morenazas que aparecían en las películas de Gary Cooper…

Paseando otro día por Triana descubrí una estatua. Pregunté de quien se trataba y me dijeron que era Rodrigo de Triana, el que gritó “tierra” cuando lo del descubrimiento de Colón. Inmediatamente, el aprendiz de gracioso sevillano, que ya tenía mala pata y era insoportable, se apresuró a contarme aquel chiste facilón en el que Rodrigo decía: Os tengo dicho que cuando yo diga “tierra a la vista”, no me tiréis arenita a los ojos… Me quedé tan destrozado como con lo de las indias.

Pasando el tiempo no he tenido más remedio que reflexionar sobre lo mal que nos habían enseñado la Historia y lo poco que en Sevilla se sabía, y se sabe, de aquel acontecimiento que terminó por cambiar el curso de la vida en el mundo.